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TP3: Historicismo y el Neoclásico

Actualizado: 25 sept


El historicismo es un movimiento del siglo XIX. Usa estilos del pasado como el neogótico, neorrenacentista y neoclásico. Surge del romanticismo y la búsqueda de identidad en tiempos de revoluciones e industrialización.

 "A medida que avanzaba el siglo XVIII Grecia fue identificada por los pensadores progresistas radicales con la causa de la libertad política y moral, tanto como literaria y artística. Esto coincidía con la reacción, que culminó en la Revolución Francesa, contra lo pictórico y lo barroco, que se asociaba con la aristocracia tiránica y decadente" (Lees-Milne, citado en Iglesias, p. 37).

El Neoclásico surgió en el siglo XVIII con teóricos como Winckelmann y excavaciones en Pompeya / Herculano; se consolidó en el XIX con las revoluciones, influyendo en edificios públicos como capitolios y bancos. En EE.UU. Jefferson lo adaptó para simbolizar la nueva república; en Francia, Napoleón lo usó para propaganda imperial.

 El neoclásico copia formas griegas y romanas, enfatiza simetría, orden y grandeza. Representa razón y democracia. A diferencia del neogótico, que evoca el romanticismo medieval, la espiritualidad y la utopía (como en Viollet-le-Duc), o el neorrenacentista, que prioriza el humanismo italiano, el neoclásico se asocia con la libertad política y la reacción contra el barroco aristocrático, representando un clasicismo racional y republicano.

Las características principales son el uso de órdenes clásicos (dórico, jónico, corintio), pórticos, columnatas, cúpulas y simetría, logrando monumentalidad, sobriedad y transmitir estabilidad.

 El neoclásico además de verse representado en la arquitectura también se refleja en pinturas a través de temas antiguos, formas precisas y mensajes morales o políticos. Pero añade romanticismo, apelando a los sentimientos del público.

En la pintura “El sueño de Ossián” (Jean-Auguste-Dominique Ingres, 1813) Ingres, un pintor neoclasicista, recibió el encargo en 1811 para decorar el Palacio del Quirinal en Roma con temas napoleónicos. La pintura, inspirada en los Cantos de Ossián de James Macpherson (siglo XVIII), reflejaba mitos heroicos y melancólicos que Napoleón admiraba como paralelo a su grandeza. Formaba pareja con Rómulo vencedor de Acrón (1812). Tras la caída de Napoleón en 1815, fue desmontada y olvidada hasta que Ingres la recuperó en 1835, retocándola antes de donarla al Museo Ingres en Montauban. Representa el uso del arte como propaganda imperial, uniendo mitos antiguos con el poder napoleónico.

Como afirma Ricardo Iglesias: “El arte historicista deviene así instrumento didáctico y legitimador de ideas políticas, sociales o morales, recurriendo a los estilos del pasado como espejos de valores presentes” (Iglesias, Arquitectura historicista en el siglo XIX, cap. 3, p. 33).

Esta obra se mueve hacia lo romántico: lo onírico, lo melancólico y lo sublime. Sin embargo, la organización compositiva mantiene un rigor casi “clásico”. Se puede relacionar con algunos templos neoclásicos (ejem., Panteón de París), ambos atravesados por un mismo clima cultural e ideológico. El Panteón de París fue concebido en el siglo XVIII como iglesia dedicada a Santa Genoveva, pero tras la Revolución Francesa se transformó en un templo laico para héroes de la patria, un espacio de glorificación nacional. Está relacionado con el Neoclasicismo por su geometría pura, proporciones armoniosas y referencias a la arquitectura grecorromana. Su monumentalidad transmite orden, razón y eternidad, pero apela al sentimiento romántico, uniendo razón arquitectónica con emoción pictórica.

Ambas tienden a inmortalizar a los héroes del pasado, a través de distintos métodos como la piedra en el caso del Panteón o los sentimientos que quiere representar el pintor en la pintura.


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Napoleón cruzando los Alpes (Jacques-Louis David, 1801) fue creada por David, un pintor neoclasicista y partidario de la Revolución Francesa, comisionado inicialmente por el rey de España Carlos IV. Luego Napoleón la usó para promover su imagen como líder invencible. El cruce real de los Alpes fue una hazaña militar donde lideró a su ejército a través del paso del Gran San Bernardo para sorprender a los austriacos en la batalla de Marengo. Esto resalta el propósito propagandístico de exaltar a Napoleón como sucesor de grandes conquistadores como Aníbal y Carlomagno. Como en edificios napoleónicos (ejem., Arco del Triunfo), ambas obras responden al proyecto político napoleónico de construir una imagen heroica tras la Revolución Francesa. Usan recursos visuales del neoclasicismo, revalorizando el mundo antiguo (Roma) como modelo de orden, grandeza, virtud, poder y gloria, pero con romanticismo en el dinamismo y el heroísmo individual. Muestran cómo el arte y la arquitectura son herramientas de propaganda: no se limitan a decorar, sino que construyen un relato imperial. Todo esto se ve en la claridad compositiva con equilibrio geométrico, axialidad y monumentalidad.

Como explica L. Patteta: “La arquitectura neoclásica adopta la claridad geométrica y la severidad formal del mundo antiguo, a fin de transmitir orden, permanencia y poder” (Historia de la arquitectura, p. 4). En la pintura, esto se nota en una disposición piramidal centrada en la figura de Napoleón; en el Arco, en la simetría estricta y proporciones armónicas de la estructura.


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Ingres, ya un maestro neoclasicista en su madurez, recibió el encargo tras la ascensión de Napoleón III al poder en 1852. Llamada la Apoteosis de Napoleón (Jean-Auguste-Dominique Ingres, 1853), la pintura fue parte de un esfuerzo por glorificar el legado napoleónico, especialmente después de su exilio y muerte en Santa Elena. 

Inspirada en la Apoteosis de Homero de Ingres (1827), esta obra adapta el estilo clásico para exaltar a Napoleón como héroe mítico, alineándose con la propaganda del Segundo Imperio Francés. Aunque Ingres tardó en completarla (fue presentada póstumamente), refleja su habilidad para fusionar neoclasicismo con un tono romántico y patriótico.

Paralelo a monumentos imperiales como la Columna Vendôme, levantada en pleno Imperio, funciona como monumento urbano que celebra sus victorias militares. Es un símbolo de poder en el espacio público, destinado a recordar la grandeza del emperador donde se exalta el poder fusionando clasicismo y romanticismo heroico. Como señala Iglesias: “Las imágenes del pasado se reinterpretan según las necesidades simbólicas del presente: no como copia servil, sino como evocación cargada de nuevos sentidos” (Arquitectura historicista en el siglo XIX, cap. 3, p. 38).


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IMAGENES DEL ECOPARQUE EN RELACION AL TEMA ANALISADO



Foto 1: Escultura de figura femenina en actitud contemplativa junto a una cabra, donde se transmite sensibilidad y melancolía. La obra combina la idealización clásica del cuerpo con un aire emotivo y naturalista. Representa a la ‘Ninfa con la Cabra Amaltea’, vinculada en la mitología griega con dos interpretaciones: la ninfa Amaltea que amamantó a Zeus con la leche de su propia cabra, o la ninfa que poseía la cabra Amaltea que alimentó al dios infante.


Foto 2: Fuente coronada por la escultura de Diana cazadora, divinidad grecolatina asociada a la naturaleza y la pureza. Su composición simétrica con pilastras estriadas, el arco de laurel que enmarca la cabeza de león y el agua que fluye hacia un estanque decorado con guirnaldas evocan la solemnidad clásica. Sin embargo, la escena adquiere un carácter romántico al vincular la arquitectura monumental con la evocación mítica y el dinamismo del agua, transmitiendo una atmósfera poética que trasciende la mera función ornamental.


Foto 3: El Templo de Vesta fue construido en 1909 durante la gestión de Clemente Onelli como donación de la Comuna de Roma al Jardín Zoológico. Su función original fue la de lactario para las visitantes, y hoy restaurado alberga la biblioteca del Ecoparque. Inspirado en la arquitectura clásica romana, con columnas corintias y planta circular, remite a los templos de la Antigüedad. La fotografía lo muestra enmarcado por un cielo nublado y un entorno melancólico, lo que potencia su carácter romántico al conjugar monumentalidad clásica con atmósfera evocativa


Foto 4: Arco de Tito inaugurado en 1902, inspirado en los arcos de triunfo de la antigua Roma y vinculado a los viejos portones de Palermo. Su composición monumental con relieves clásicos y simetría rigurosa evoca la grandeza imperial. Elegido como imagen romántica porque no solo representa la recuperación de formas clásicas, sino también la evocación nostálgica de un pasado glorioso que, enmarcado por el cielo y el espacio urbano circundante, transmite una atmósfera de solemnidad y melancolía característica del romanticismo













 
 
 

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