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ROL DEL PUERTO EN LA INTERACCION SOCIAL Y CULTURAL

En el contexto barroco, los puertos de La Habana fueron espacios de intensa interacción social, donde convergían diversos actores: comerciantes, marineros, oficiales reales, religiosos y esclavos africanos. Esta diversidad convirtió al puerto en un microcosmos de la sociedad colonial, donde se manifestaban tanto las jerarquías como las dinámicas de intercambio cultural. Martínez (2018) destaca que “en la sociedad habanera, los puertos eran espacios de intensa interacción social” (p. 107), un aspecto que se reflejaba en la actividad diaria de los muelles y las plazas aledañas.

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Además, el puerto no solo facilitaba el comercio, sino que también era un punto de llegada para personas de distintos orígenes, lo que enriqueció la vida cultural de La Habana. Nicolini (2000) describe los puertos como “lugares de paso privilegiados” (p. 1091), y en el caso habanero, el Puerto de Carenas acogía a viajeros y migrantes que traían consigo ideas, costumbres y prácticas religiosas. Este flujo humano contribuyó a la formación de una identidad urbana diversa, donde el puerto actuaba como un espacio de convergencia cultural.

 

Por otro lado, las desigualdades sociales eran evidentes en el entorno portuario. Los trabajadores portuarios, en su mayoría esclavos, vivían en condiciones precarias en zonas periféricas, mientras que las élites ocupaban las áreas cercanas a los muelles principales y las plazas. Martínez (2018) señala que “las calles que conectaban los muelles con la Plaza Vieja y la Plaza de Armas facilitaban el flujo de mercancías, pero también evidenciaban desigualdaires” (p. 107). Esta segregación espacial reflejaba las jerarquías sociales del período barroco, donde el puerto era tanto un espacio de integración como de exclusión.

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Asimismo, el puerto influyó en las prácticas culturales y religiosas de la ciudad. Las plazas cercanas, como la Plaza de San Francisco, eran escenarios de procesiones y festividades barrocas que reforzaban el poder de la Iglesia y la Corona. Nicolini (2000) destaca que “la plaza era el escenario de grandes procesiones y actividades comerciales” (p. 1091), un rol que en La Habana se extendía al entorno portuario, donde se celebraban eventos que unían lo sagrado y lo profano. Estas actividades fortalecían la cohesión social, pero también resaltaban las divisiones entre las clases.

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Finalmente, el puerto de La Habana, como espacio de intercambio cultural, contribuyó a la configuración de una identidad urbana única. La mezcla de influencias europeas, africanas y americanas, facilitada por la actividad portuaria, se reflejó en la arquitectura, las costumbres y la vida cotidiana de la ciudad. La monumentalidad de las fortificaciones, combinada con la funcionalidad de los muelles y almacenes, encarnaba el espíritu barroco de orden y poder, mientras que la diversidad de los actores sociales que transitaban por el puerto enriquecía el tejido cultural de La Habana, consolidándola como un centro neurálgico del imperio español.

Rejas de Hierro forjado.

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