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EL COMERCIO Y  Y LA MORFOLOGIA URBANA BARROCA

 Plaza Vieja, siglo XVIII

El comercio transatlántico fue un motor clave en la configuración de la morfología urbana de La Habana durante el periodo barroco, definiendo tanto la disposición espacial como la arquitectura de los espacios comerciales. Martínez (2018) señala que "el comercio marítimo definió la morfología urbana de La Habana, con almacenes y mercados concentrados cerca de la bahía" (p. 89). La Plaza Vieja, por ejemplo, se consolidó como el epicentro del comercio, albergando el Mercado de Cristina desde 1836, donde se vendían alimentos, animales y productos diversos. Esta centralización del comercio cerca del puerto contrastaba con ciudades como Sevilla, donde las regulaciones comerciales eran más estrictas, lo que en La Habana permitió una mayor flexibilidad en la actividad económica.

 

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La arquitectura comercial barroca de La Habana se caracterizó por su adaptabilidad, integrando espacios domésticos y comerciales. Martínez (2018) observa que las residencias de los comerciantes, con patios interiores que servían como almacenes, reflejaban una "arquitectura comercial adaptable" (p. 92). Este diseño contrastaba con el de ciudades como México, donde los gremios regulaban estrictamente el comercio, limitando la versatilidad de los espacios. En La Habana, las casas de comerciantes en calles como Mercaderes presentaban portales amplios que facilitaban el intercambio de bienes, mientras que las tiendas esquineras, con puertas a 90 grados, optimizaban el acceso a los mercados.

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El estilo barroco se manifestó en la ornamentación de los espacios comerciales, con portadas de arco de medio punto, rejas de hierro forjado y balcones que reflejaban la prosperidad de los comerciantes. Nicolini (2000) destaca que estas características arquitectónicas no solo cumplían una función práctica, sino que también "proyectaban la riqueza y el estatus social de los comerciantes" (p. 1096). En comparación con el Barroco andaluz, donde la ornamentación era más recargada, en La Habana el Barroco comercial adoptó un enfoque más funcional, adaptado a las necesidades del comercio transatlántico. Por ejemplo, los portales de la Plaza Vieja no solo protegían a los vendedores del sol y la lluvia, sino que también servían como escaparates para atraer clientela.

 

La dinámica comercial también influyó en las relaciones sociales dentro de la trama urbana. La proximidad de los mercados a los muelles generaba espacios de interacción entre comerciantes, esclavos y trabajadores portuarios, desafiando parcialmente las jerarquías coloniales. Martínez (2018) subraya que "la Plaza Vieja y sus alrededores se convirtieron en un espacio multifuncional, donde el comercio moldeaba tanto la trama urbana como las dinámicas sociales" (p. 92). Este fenómeno era menos pronunciado en ciudades como Lima, donde los mercados estaban más segregados por clase social. En La Habana, la mezcla de grupos sociales en las plazas comerciales fomentó una cultura urbana vibrante y diversa.

 

Por último, el comercio influyó en la expansión de la trama urbana más allá de las plazas principales. La construcción de paseos como la Alameda de Paula o el Paseo de Isabel II (Prado) “introdujo nuevos espacios de circulación y exhibición social, complementando las funciones comerciales de las plazas” (Castro, 1943, p. 5). Estos paseos, con sus carruajes y actividades recreativas, reflejaban la influencia del Barroco en la creación de espacios públicos que combinaban comercio, ocio y prestigio social, consolidando a La Habana como una ciudad dinámica dentro del sistema imperial español.

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