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CONCLUSION

En este análisis, hemos explorado cómo la trama urbana de La Habana en los siglos XVI al XVIII, con un enfoque en el Barroco, articuló las dinámicas de las clases sociales, el comercio y los puertos. La Plaza de Armas y la Plaza Vieja, junto con las fortificaciones portuarias, reflejaron un orden social jerárquico, un comercio vibrante y un puerto estratégico que definieron la identidad de la ciudad.

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Nuestros hallazgos destacan que la trama urbana no solo organizó el espacio, sino que también materializó las desigualdades sociales, con las élites dominando el centro y las clases bajas relegadas a la periferia. El comercio, centrado en la Plaza Vieja y las calles aledañas, mostró una adaptabilidad única que integraba funciones residenciales y económicas, mientras que los puertos, protegidos por fortificaciones barrocas, fueron el nexo entre la ciudad y el mundo atlántico. Comparativamente, la sobriedad del Barroco habanero, frente a la monumentalidad de Roma, evidencia una adaptación al contexto colonial, donde la funcionalidad primaba sobre la ostentación.

 

Reflexionando sobre estos elementos, la trama urbana de La Habana revela un equilibrio entre orden y flexibilidad, donde la arquitectura barroca, con sus plazas ornamentadas, portales y fortificaciones, no solo respondió a necesidades prácticas, sino que también proyectó una imagen de poder y control. Este análisis nos invita a considerar cómo las ciudades coloniales, a través de su urbanismo, negociaron las tensiones entre lo local y lo global, lo funcional y lo simbólico, dejando un legado arquitectónico que aún resuena en la identidad de La Habana.

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