FUNCION ESTRATEGICA Y ECONOMICA DE LOS PUERTOS EN EL CONTEXTO BARROCO

​​En el marco del imperio hispanoamericano, los puertos como el de La Habana desempeñaron un papel crucial como nodos articuladores del comercio transatlántico. La ubicación geográfica privilegiada de La Habana, en la encrucijada de las rutas atlánticas, convirtió su puerto en un punto de enlace entre Europa, América y África. Según Nicolini (2000), “en las ciudades portuarias, como La Habana, el acceso al mar determinó no sólo la localización del asentamiento, sino también su desarrollo económico, su estructura defensiva y su organización interna” (p. 1091). Esta afirmación subraya cómo el Puerto de Carenas no fue solo un espacio de intercambio, sino un motor de desarrollo que definió la identidad de la ciudad durante el período barroco.
Además, el puerto habanero se consolidó como un centro económico gracias a su rol en el sistema de flotas del imperio español. Desde el siglo XVII, La Habana fue una escala obligada para las flotas que transportaban metales preciosos, productos agrícolas y bienes manufacturados. Martínez (2018) señala que “las fortificaciones portuarias simbolizaban el control sobre el comercio transatlántico” (p. 107), destacando cómo la seguridad de la bahía, reforzada por fortalezas como el Castillo de Los Tres Reyes del Morro (1589-1630), garantizaba la protección de las mercancías y fomentaba la confianza en el comercio. Este dinamismo económico se reflejaba en los muelles y almacenes, como los de San Francisco, donde se acumulaban productos como azúcar, tabaco y ron, listos para su exportación.
Por otro lado, la actividad portuaria no se limitaba al comercio legal. La Habana también fue un escenario de redes comerciales informales, incluyendo el contrabando, que enriqueció aún más su economía. Nicolini (2000) describe los puertos como “lugares de paso privilegiados” (p. 1091), y en el caso habanero, la bahía actuaba como un espacio de convergencia donde se negociaban bienes y se gestionaban relaciones comerciales que trascendían las regulaciones imperiales. Este carácter dinámico del puerto contribuyó a la prosperidad económica de la ciudad, consolidándola como un eje central en el sistema colonial.
Asimismo, la dimensión estratégica del puerto se reflejaba en su sistema defensivo. La construcción de fortificaciones como el Castillo de San Salvador de la Punta (1590) y la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña (1763-1774) respondía a la necesidad de proteger la bahía de ataques piratas y de potencias rivales. Martínez (2018) destaca que “la Bahía de La Habana, protegida por fortificaciones como el Castillo de la Real Fuerza, fue el corazón económico y defensivo de la ciudad” (p. 103). Estas estructuras no solo cumplían una función práctica, sino que también proyectaban el poder imperial español a través de su arquitectura barroca, caracterizada por una combinación de funcionalidad y detalles ornamentales.
El puerto de La Habana no solo conectaba la ciudad con el mundo, sino que también generaba una economía portuaria que impactaba a toda la isla. Los Almacenes de Regla, ubicados en la otra orilla de la bahía, aliviaban el tráfico terrestre y apoyaban la logística de exportación, evidenciando la complejidad del sistema portuario. Este entramado económico y defensivo, impulsado por el puerto, consolidó a La Habana como una de las ciudades más importantes del imperio español, uniendo funcionalidad y simbolismo en el contexto barroco.